sábado, 19 de enero de 2019

El disco de la semana 111: Bob Dylan - Tempest






Sobre un artista de la talla de Bob Dylan se han escrito ríos de tinta, se han hecho miles de reseñas de sus discos, se han analizado hasta la saciedad los textos de sus canciones, se ha discutido sobre su carácter uraño, sus virtudes como músico o su capacidad de autoversionarse en directo, por lo que la tarea de hablar sobre Dylan sin caer en la repetición se me antojó empinada como el ascenso al Kilimanjaro.

Como dijo Sabina, uno de tantos grandes músicos que no disimulan su veneración por el genio de Minnesotta, "a punto de rendirme estaba, a un paso de quemar las naves", cuando caí en la cuenta de que tenía un as en la manga, la mejor definición de Dylan que jamás he escuchado, breve, aguda y al grano, diferente de todas las demás y, lo más importante, nunca antes difundida:

Estaba un día cualquiera deambulando por la sección de discos de la FNAC, uno de los últimos sitios en los que puedes todavía sentirte como si estuvieras dentro de una tienda de discos (sensación solo superada por la de estar realmente en una tienda de discos, pero esa es cada vez más dificil de experimentar en el mundo real), y en la pantalla de televisión y la megafonía estaban reproduciendo un concierto de Bob Dylan.

Me acerqué a la pantalla de televisión, atraido por la música como una abeja ensimismada por el olor de las flores. Allí estaba un adolescente de no más de 15 años, mirando absorto a un Dylan guitarra acústica en mano. Me quedé viendo el concierto junto a el a una respetuosa distancia, y los éxitos de Dylan fueron cayendo uno tras otro.

Habrían transcurrido dos o tres canciones cuando se produjo el momento mágico de esta historia. Otro adolescente, amigo del primero, se acercó y entró en escena. El chico que escuchaba a Dylan, sin dejar de mirar la pantalla, inició una conversación mítica que reproduzco a continuación:

-"¿Este es Bob Dylan?" preguntó.
-"Sí", contestó el otro chico, parco en palabras como buen adolescente que se precie.

Y entonces, el adolescente ensimismado por el polen de las canciones de Dylan respondió con la mejor descripción de Dylan que jamás he escuchado:

-"Canta como una cabra, pero hace unas canciones increíbles"

Aquello me dejó en estado de shock. Una definición tan simple y concisa, y a la vez tan sincera y brillante. No se puede decir más, ni tan ajustado, con tanta sencillez y en tan pocas palabras. Después de tantos análisis sesudos de sus canciones y sus significados, de tantas comparativas profundas sobre sus discos y la evolución de su música a lo largo de décadas, todo quedó en un segundo plano ante la demoledora definición de un adolescente que se acercaba a Dylan por primera vez con oídos completamente limpios.

Y así es como he intentado acercarme a "Tempest" (2012), liberado de prejuicios y expectativas, sin esperar encontrarme con un Dylan u otro, simplemente disfrutando de la escucha y, eso sí, con la esperanza de que el hombre de la voz de cabra me regalara un buen puñado de canciones increíbles.
Y así me encontré con algo que no me esperaba, un disco de Dylan que no había escuchado y del que puedo decir que está entre sus mejores trabajos.


Como en cada disco de su dilatada carrera, las letras cobran gran protagonismo y las canciones se alargan hasta donde lleguen la inspiración y la creatividad del genio literario. En esta ocasión tienen un toque más sombrío y oscuro que en albumes anteriores. Musicalmente, el disco aporta además una fusión de estilos en la que tienen cabida el blues, el country y el folk "marca de la casa" entre otros.

A los músicos habituales que colaboraban con el y le acompañaban en sus giras, se unió en esta ocasión el guitarrista de Los Lobos, David Hidalgo, para aportar su toque distintivo a "Duquesne Whistle", una interesante combinación de country y swing. El disco alterna temas más rápidos con momentos más intimistas como "Soon After Midnight" o "Long and Wasted Years", pero los momentos más álgidos llegan con "Scarlet Town", con sus referencias a versos abolicionistas del siglo XIX o a la búsqueda del oro en las minas, y "Tempest", esa maravilla de melodía con aires irlandeses que te engancha y te lleva a lo largo de sus 14 minutos.

Mucho que escuchar y disfrutar, y poco más que decir. Ha sido una grata sorpresa comprobar que, como casi siempre, la cabra tira al monte y en el monte siempre hay flores, abejas y sobre todo un puñado de buenas canciones.

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